Es
indispensable el conocimiento para lograr evolucionar como seres humanos, pues
la ignorancia nos contiene en una sola idea tangencial. Observador citadino y
embajador de las letras es en lo que me convertí por un día para poder transmitir
un poco de la esencia de mi conocimiento. La voz se volvió el instrumento con
el cual expresaría por la ciudad los fragmentos encantados del legado
construido por el señor Urzagasti. Desembarcado en la odisea literaria,
acompañado de mis colegas decididos, nos subimos en los contenedores
metálicos para empezar a dispersar los pensamientos. Sus muros transparentes
cual cristal permitirían contemplar cada parte del camino en cuestión de
segundos. Esto, relato narrado por nosotros nos lleva a una dimensión onírica y
fantástica. Los oyentes, algunos indiferentes a nosotros, otros
emocionados y atentos, nos acompañaron el final el camino del vehículo en el que nos
encontrábamos. Luego decidimos a esparcir un poco más las calles repletas de la
ciudad. Los transeúntes nos miraban enigmáticos y al mismo tiempo satisfechos.
Tras la larga nada de la mañana tomamos un descanso en caverna que acogía
extranjeros de varias partes del mundo y también a nativos bohemios.
Disfrutamos de un pequeño festín de sabor, pero, al momento de costearlo nos
vimos en la contrariedad de no contar con el peculio. Para suerte nuestra la
matriarca de una colega logró rescatarnos de tal desdicha con monedas de oro.
De esta manera salimos atormentados con la idea de no terminar el recorrido que
la cacique nos encomendó. Pese a todo, ella nos permitió retornar a nuestros
hogares sin titubeos. Esta es la historia de nuestra singular y estrafalaria
aventura que nos tocó vivir.
Que interesante historia, innovadora la forma de contar lo pasado.
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